Sales de todas las cosas. Y llegas como tormenta, barriéndolo todo en espirales. Y te viertes densa y te respiro. Y te exhalo. Mueves de mi mente los hilos que tú quieres y yo no puedo mover. Contemplas luego tu obra como quien mira la lluvia. Derrites los cristales de mis ventanas. Y entras también por ellas. Exhalas tu turbio aliento de óxido y grandeza y te enfrías de nuevo. Como una maldición legendaria. Como un rito pagano. Cavas en mí agujeros alzando la azada al azar hasta que el caldo rebosa, y sacas de tu manga corta algún malentendido oportuno que, como siempre, acaba dándole sentido a todo. Peinas cada hebra de mis informes obsesiones y las dispones paralelas para que nunca se toquen. Para que apunten en la misma dirección. Para que mueran incompletas. Abres la boca porque quieres hablar, porque quieres texto, guión. Y agarras un palo y me pinchas con él. Y yo me tumbo, para hacerte creer que has ganado. Me mueres. Te sientas a mis dos lados y afilas tu navaja mirándome. Quieres un trofeo. Pero es entonces cuando muevo la mano, y tú lo entiendes todo de repente. Es más tarde cada vez. Cae sobre ti mi trampa. Mi red. Enloqueces como mil gatos dentro de un saco. Pero acabas por calmarte. Y te paso la mano por el costado y el cuello. Y te ahogo hasta hacerte líquido. Y te saco de mi cabeza. Y te meto en mi boli. Y te escribo.
4 comentarios:
Bajo chopo centenario, mil redes que me cubren, bocas de otros, oidos nuevos, que uso para iluminar mi cara.
Un abuelo me ve con el portátil: "¿Qué andas? , ¿trabajando?" entre la sátira y la bendita ignorancia, pero seguros de su azada, de su caldero, de su musa. Y no respiran, inspiran, y con el aire y el agua mueven molinos de pensmiento, simpre para el mismo lado, pero molinos que muelen al fin y al cabo. Mejor moler sólo trigo, seguro y fino, que toscas mil hortalizas, sucias y machacadas en mortero sin cabeza. Mejor o diferente. Diferente o equivocado. Equivocado o mejor. Mejor equivocaciones diferentes, que evitan que todo tome ese color a muerte que se acerca, que olemos, que nos cuentan y nos dicen que brilla, mentira, mentira y más mentira. Sólo yo sé qué es y sólo yo sé nutrirme de eso, que inicialmente, evidentemente y finalmente, sale de mí. romer
Más misivas sin saliva, valizas que hacen trizas las tripas sin vida, que salvan vidas, evasivas homicidas, las Maldivas sin salida. Lanza lanzas con templanza, alcanza la mansa calma de la mar salada, mecachis en la isla de Palma, en la sarna que marca, la balsa de agua, la llama que llama...
-"Señora, eso del interné... no confíe en que tenga futuro".
-"¿Y que hacemos, señales de humo?"
-"Luego echaremos de menos saber hacer humo."
Fuego, alma en trasiego, barbecho del infierno, brasero del cuerdo, no lo recuerdo, es solo el olor a cerdo, el nervio, la primera vez que sentí caliente el viento. romer
yo sigo con lo mío, observo:
un niño pequeño, que apenas sabe decir "cacarol" mientras me mira sentado en una terraza de la plaza del mercado. Lleva un globo, de estos de la feria, gigantes, de color brillante plastificady tratando siempre de escapar de las manos de las garras de quien lo sostiene, herméticos en su concepto, y fríos en su mirada. Y traicioneros. Si, traicioneros por que el niño sostiene la cuerda pensando que el "cacacol" es su amigo, y me mira explicándomelo, pero comete un error de novato (tiene dos años) y es que confía en que el jodío animalejo se quede a su vera. Y escapa, arrastrándose por la plaza del mercao mientras camareros, madre y algún cliente corren tras la masa globuliana mientras el chiquillo grita a todos cómo capturarlo. Y lo consiguen, y se lo dan al susodicho "jefe". Y vuelve a explicarme que tiene un "cacarol"... y vuelve a cometer el fallo del novato.
Nos vemos, cacarol!!!!
Rom.
Siempre recuerdo, con alegría y cariño, aquellos tiempos en los que escribía y dibujaba (otros hacen otras cosas) lo que mi interior me daba como suma de todo lo que me rodeaba.
Aún recuerdo, sonriéndome, aquel tiempo en el que todo lo que pasaba por mi cabeza era transformado y traducido a masas amorfas de letras y garabatos.
Recuerdo haberme dado el tiempo suficiente para haber meditado sobre muchas cosas gracias al diminuto gesto de plasmarlas.
Recuerdo hacerlo por la pura y sencilla razón de ver mis pensamientos, ideas, sueños o miedos, en frente de mí, mirándome, como una dehesa infinita. Esperando mi respuesta.
Recuerdo haber empezado a tirar el muro que separaba mi loco universo interior de todo lo material y racional que me rodeaba.
No recuerdo la última piedra que tiré de la pared, pero sí recuerdo muchos de los últimos ladrillos que sigo poniendo,
algunos con ferralla.
El Niño que Nunca serás.
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