Equilibrismo sobre una línea pintada en el suelo. No hay vacío ni abismo. Y mira hacia abajo quien sólo conocía del universo el firmamento. Y comprende el riesgo de caer. Si nadie hubiese pintado esa línea en el suelo, podría andar sin preocupación, con los ojos cerrados si él quisiera, por el laxo e interminable asfalto. Pero lo hicieron. Pintaron la línea y ahora conoce el riesgo que conlleva el error. Y se pone a divagar sobre el error aquel ser que nunca concedió segundas, pero sí infinitas primeras oportunidades. Y mientras camina, paso a paso, por la línea pintada en el suelo, comba su cuerpo para mantener la verticalidad, el eje del movimiento, el centro de gravedad, una inercia que pueda controlar. Pura adaptación. Eso es lo único que ha aprendido hasta ahora. Y hay una parte de su cerebro que desconecta. Sencillamente porque no tiene nada que hacer. Como cuando vas a un sitio en el que notas que sobras. La médula sigue con sus equilibrios, asistida de cerca por su torpe cerebro, mientras su otra mitad se sienta a dibujar cosas absurdas. Hoy toca pintar el arco iris a carboncillo. Porque para él, todo cabe dentro de su bloc. Y mecaniza el movimiento de sus piernas, sus brazos y su cadera, de modo que ya sólo hay lienzo. Lo primero que mancha el carboncillo, cuando empieza a dibujar, son sus dedos, lienzos en sí mismos. Y el pintor construye. No imita, no escala las proporciones de lo que ya existe para que le quepa en el bloc. Crea una nueva realidad, con vida propia, capaz de sublevarse ante el creador si fuera necesario. Y el dibujante teme que su obra acabe pintándolo a él. Por eso lleva siempre consigo un pañuelo, manchado de tiempo y grafito, con el que se limpia los dedos cuando el carboncillo comienza a ser un problema. Podría hacerlo de otro modo, pero el grafito es el grafito. Los bolis son más limpios, sí, pero todo el mundo sabe que los bolis son para escribir, no para dibujar. Y no llega sangre nueva a su cabeza, no sabe qué pintar. Duda. Y cuando los de su especie dudan, se desconsuelan. Y miran hacia abajo. Y el dibujante se encuentra de nuevo con la línea que había en el suelo. Podría elegir vivir a un lado o al otro de esa línea. Pero él prefiere el esfuerzo que conlleva el equilibrio, es así. Sigue caminando recto, ya conoce la técnica. Se aburre. No puede más. Siempre le faltaron manos para todo. Tira el bloc. Qué alivio. Tira el pañuelo. Se agacha y pinta en el suelo, con su carboncillo, una nueva línea que seguir. Fina pero infinita. Serpenteante. Caprichosa. Redundante. Más redundante. Cíclica, y cíclica de nuevo. Echa a su medida. Y hecho él, después, a la medida de su propia línea, la camina sonriente, pensando en que X=Y describe la gráfica más previsible de todo el espacio cartesiano. Y, súbitamente, comprende la diferencia entre seguir y recorrer. Ha modificado el entorno por primera vez. Señores, acababa de nacer el Tipo Poroso.
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