La luz define. Hace aparecer. Angula, da forma, construye la realidad. Y encima tiene nombre de piba. La única fuente de luz es el Sol. Todos los otros focos de luz derivan directa o indirectamente del Sol, y devuelven su fulgor de forma frustrante y defectuosa. El Sol decide cuándo sale y cuándo se pone. Nosotros, que somos monos pellejudos y con cerebros hipercircunvolucionados, creemos controlar el Sol sólo porque podemos prever sus movimientos. Adoramos sus ciclos, su corona de espinas, su triunfo diario frente a las sombras. Lo llamamos Dios, Ra, Monesvol, como sea. Y sabemos que estamos equivocados, por eso nos obcecamos y matamos en su nombre. Levantamos en su honor esculturas, pintamos cuadros, escribimos gilipolleces como ésta, pero nada sirve, todo es materia. Al fin y al cabo, puro defecto. Observamos sus ataques de ira, les ponemos nombre y cuantificamos sus tentáculos invisibles en unidades de medida que no sabemos pronunciar. El Sol creó todo, y será él quien destruya todo. No es el helio lo que se fusiona, no es el hidrógeno quemando lo que brilla. Eso son sólo nombres. El Sol es sólo un nombre. La luz es sólo un nombre. El Sol no nos permite mirarlo directamente, se protege, nos calienta y sólo se deja mirar de refilón, prefiere ser intuido que desvelado. Nadie puede hacer sombra al Sol. Nadie puede vivir sin el Sol. Nada existe, nada existió y nada existirá sin ello. Es el Autor de todo. Sólo puedes rendirte, no hay más opción. Y yo, mono, me dedico a recolectar y empaquetar su luz en instantáneas, salgo de casa con la cámara a punto para buscar sus reflejos caprichosos, guardarlos y hacerlos míos también. Caza mayor. Es mi alimento, mi materia prima, mi energía y mi inspiración. ¿Cómo no voy a adorarlo?
Paz.
Digo, luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario