Se despertó de golpe, pero no sobresaltado. Un sueño recurrente: la perfección de las formas en el arte se le antojó de naturaleza divina. Ocurría siempre igual, cada noche soñaba con los principios filosóficos clásicos que le pudieran aclarar la existencia de un ser superior. El hijo de puta dormía sobre un colchón escolástico.
3 comentarios:
Asi que con la parsimonia que da la rutina, tranquilo y con automatica naturalidad, esa noche empujo el colchon fuera del somier. Lo puso en medio del patio y le dio fuego. Se quedó alli parado, mirando las llamas que danzaban sobre todos aquellos sueños, tratando de aprender de sus patrones. Pero el fuego no entiende de protocolos. Y el tampoco es muy diestro a la hora de psicoanalizar lo inerte. Cayo dormido de nuevo alli mismo, bajo un manto de estrellas... hasta que llegó la policia alertada por algun vecino.
A cualquiera llaman vecino, pensó. Mover el colchón fue lo más costoso que había hecho en décadas, pues la espuma rancia, amarillenta y legrada estaba empapada del sudor frío de un millón de noches. Su obra. Su falla (del verbo fallar, en ambas acepciones). Nadie, sin embrago, reparó en que lo que estaba contemplando arder no era el colchón, sino las chinches. Silencio después. Nunca volvió a casa porque, aunque ya no temía al fuego, ahora temía a las cenizas.
Su casa a partir de entonces fue un tejado, y su somier lamas de barro cocido. Con vistas a las estrellas. Fuegos lejanos, fríos, luminosos, de importancia fatua. Cuando el tejado es tu cama, la nada es tu colcha. Goza de las vistas a tus sueños.
Bss maestro Zen.
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