La Tierra al principio era distinta. Era temprano, luz blanca por todos los lados. Los monos eran felices porque no sabían luchar. Eran ricos porque no poseían. Y eran todos iguales, porque no se comparaban. Pero se hizo tarde, el sol bajó y la luz se volvió roja. Algunos monos se irguieron, miraron a los otros monos por encima del hombro y desearon dominarlos. Se afeitaron para no parecerse a sus ascendientes. Miraron sus rostros reflejados en los ríos y comprendieron que eran distintos. Habían llegado los hombres; y los monos, asustados, corrieron a cobijarse en los árboles. Los hombres conocieron el fuego, arrancaron del suelo los más duros metales y construyeron con ellos insignias, barrotes y armas. Apuntaron a los animales para matarlos y justificar así las armas que habían inventado. Pero no era suficiente, pronto giraron sus cañones hacia otros hombres. Descubrieron que era útil. Y dominaron. Compararon. Poseyeron. Mataron a sus hermanos en nombre de lo que no entendían. Sacrificaron los instintos e impusieron las normas. Bruñeron sus insignias y las clavaron en sus ropas. Dieron mayor alcance a sus armas y construyeron barrotes mayores. Encerraron a sus hermanos en jaulas húmedas y obscenas, e inventaron la ley para justificar su secuestro. Querían tenerlo todo. Querían imponer en vez de opinar. Ahogaron sus complejos en estúpidas jerarquías y dejaron que sus rangos sonaran más alto que sus nombres. Invirtieron. Impusieron. Amenazaron. Cumplieron después sus amenazas y superaron las peores expectativas. Evolucionaron tanto que ya no pudieron parar. Los tropiezos comenzaron a ser más comunes, frecuentes, diarios, constantes. Se olvidaron de reconocer sus errores. Ya no había criterio. Sólo armas, insignias y barrotes. Y entre esos barrotes estaba él. Era sólo un mono encerrado. Esperó paciente a que lo liberasen. Salió de la jaula y miró desde fuera a sus carceleros. Otros monos llegaron a buscarlo, masticaron sus parásitos y acariciaron su pelo marrón, primitivo y ralo. Y míralo ahora, observa las jaulas de los hombres subido a un árbol y se consuela pensando que algún día ya no quedará más metal que fundir. Estúpido mono, no ha aprendido nada. Y menos mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario