jueves, 13 de marzo de 2008
Crítica de Epic Movie
Desde que en 2000 Keenen Ivory Wayance reabriese el camino del género cómico en el cine americano con Scary Movie, muchas han sido las secuelas que con mayor o menor éxito han aterrizado en las pantallas. Scary Movie fue una apuesta sobre seguro, la gallina de los huevos de oro: una parodia descarada al más puro estilo rémora, unos personajes enormemente estereotipados y un argumento muy poco exigente, ya que se trata de una sucesión de escenas sin relación ninguna, cosidas por un hilo arbitrario. Ahora bien, el éxito de esta película se debe fundamentalmente a dos causas: la temática moderna de su trama y la mastodóntica campaña de propaganda que rodeó su estreno. Al margen de gustos, repasando los ingresos en taquilla, no se puede negar que la película fue más que rentable (sobre todo en comparación con los baratos costes de producción que supone una cinta de esta naturaleza). Después de algo más de seis años, la saga Movie sigue creciendo, pero de manera mucho más desafortunada. Epic Movie, la última ocurrencia de los creativos (que no guionistas) de Hollywood refleja toda la miseria que rodea al cine americano moderno. Cuando acabó la película y llegaron los créditos, no sé por qué motivo vino a mi memoria un capítulo de los Simpson en el que un productor le dice a un guionista Dios mío, ya ni siquiera te esfuerzas, ¿verdad? Y el guionista le responde abiertamente No, a lo que el productor añade Muy bien, contratado. Pues algo parecido creo yo que ocurrió en algún despacho de Los Ángeles meses antes de empezar con el rodaje de esta película. Analizando la película según las tres piedras angulares de un producto audiovisual (guión, dirección e interpretación) encontramos que parece más bien un anuncio de televisión destinado únicamente a recaudar dinero y sin ningún criterio ni intención artística. Sinópticamente, la película es una aventura en la que cuatro jóvenes llegan de manera fortuita a un mundo lejano del que han de salir superando una serie de obstáculos. El guión resulta una excusa barata para incrustar guiños cómicos a producciones como Piratas del Mar Caribe, Las Crónicas de Narnia o Charlie y la fábrica de chocolate. La interpretación es inexistente, ya que los cuatro jóvenes actores parecen peleles de un guión que ni ellos mismos comprenden, sobra fijarse en las miradas de unos hacia otros para entender que nadie conoce el significado de su personaje en el conjunto de la obra. Y la dirección de actores, firmada por Jason Friedberg y Aaron Seltzer, parece fruto de arrojar un par de dados en una mesa. A otros niveles, como la dirección artística o el atrezzo, la impresión que nos deja es la misma: atuendos más dignos de una tienda de disfraces barata que de una producción millonaria, que a algunos de los actores ni siquiera les ajustan bien y objetos de atrezzo teatrales toscos y poco creíbles. Todo esto es algo tristemente usual en nuestras pantallas, pero lo escandaloso del asunto es que el fin de semana de su estreno recaudó casi veinte millones de dólares en taquilla en Estados Unidos. Los ochenta y seis minutos de la cinta son un continuo devenir de situaciones insospechadas que dejan en el espectador un sabor a insuficiencia y mediocridad que conduce inevitablemente al lamento por los seis euros y medio que cuesta entrar en una sala. Son películas de este tipo las que dan mala fama a la industria cinematográfica, las que compiten con otras, seguramente mejores, para conseguir las subvenciones del estado y las que destrozan la carrera de muchos jóvenes actores (cuando no destroza la de los ya consagrados, como un sumiso David Carradine, para más saña, en el papel de un muerto). Poco más análisis se puede hacer de semejante burla al espectador, salvo, en defensa de los creadores, apuntar que si se trata de una película cómica han conseguido su objetivo, porque lo único que provoca es risa.
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