martes, 19 de marzo de 2019

Ojalá que llueva

El cafetero era ácido y seco, una mezcla. Espeso, cortado. Fuerte aroma, mala leche. Un tipo largo, un manojo de nervios. Nunca hablaba con nadie. Tomaba café. No podía parar de trabajar y el café lo mantenía. No tenía filtro, debía hacerlo todo solo. Estaba quemado, tomaba cada vez más café. Él sembraba, cuidaba el cafetal, regaba, podaba, cosechaba, secaba y procesaba el grano. Por eso tenía que tomar tanto café. Y cada vez tomaba más. Debía rendir al máximo durante muchas horas. Tomaba un café cada diez minutos. Era un trabajo muy duro, así que pronto envejeció. Su piel se tostó al sol. No paraba de tomar café para poder seguir. Temblaba. Le faltaba cuerpo. Sus dedos ya no podían procesar tantas plantas como antes. La artrosis le iba robando habilidad; lo que antaño era una tarea instantánea, ahora se le hacía poco natural. Tomar café para poder trabajar también le consumía tiempo, así que trabajaba cada vez más horas. No querías taza, pues taza y media.  Estaba molido. Desganado. Desgranado. Y eso le llevaba a tomar cada vez más y más café. Y más café. Y más café. Y más café. Echaba humo. Hervía por dentro. Estaba negro. Siempre amargo, siempre solo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A su lado, acompañando la digestión pasada, servía el coctelero su amalgama rompedora. Un agitador. Coincidían en él una mezcla de habilidades, incoherentes pero resultonas. Sujeto cerrado, sujetado. Sólo al abrirse se le escapaban pistas de sus orígenes, guardando celosamente los detalles, el truco de su éxito con aroma a menta. Un tipo fresco, siempre frío servía el ejemplo. Tras su brillante sencillez parecía guardar la exhuberancia del alma de un faraón, de un alíen hipster. Un tipo lleno de colores confusos, que terminó entre vasijas amorfas, sirviendo pócimas inocuas. Sobrio a ratos, simple para los profanos. Llamando la atención en medio del bar con su traqueteo, bailando al ritmo del chaca-chaca. Constantemente limpio, esterilizado a si mismo. Abierto a incubar nuevas ideas destiladas de noches de chachachá. Solía presentarse de voluntad sólida, inquebrantable... férrea. Pero no tardaba en abrirse y volcarlo todo, ni en rellenar con florituras instantes de falso glamour, ni en verter en cascada todo su torrente interno, su torbellino de ideas a presión de diferentes lugares: una pizca de esto y de lo otro, unas gotas de lo de aquí y de lo de allí, un toque de atención y otro de servidumbre, y una rebanada... de pescuezo al borde del vaso.

Un placer volver a catar nuevos sorbos de su taza de té.
Un abrazo maestro Zensitar.